martes, 1 de abril de 2014

El servicio de los bancos

Por: Sofía Romero
     Una y media de la tarde, sucursal Colón y Escobedo del banco Santander. Entre sesenta y setenta clientes formados en una enorme “cola” que llega hasta la calle, esperando ser atendidos por alguna de las tres cajeras que están en ventanillas, tomando en cuenta que hay una fila adicional para los clientes “premier” o VIP. La espera es toda una faena, de manera especial para las personas de la tercera edad que tendrán que esperar al menos dos horas para recorrer la serpenteante fila. Llegará la hora de la comida y muchos clientes seguirán en espera para realizar sus trámites. Muchos de ellos lo único que desean es cambiar su cheque de sueldo e irse apresuradamente de vuelta al trabajo, para alcanzar a entrar a las cuatro de la tarde.
    Bancos españoles, británicos, canadienses, norteamericanos apoderados del mercado mexicano con filiales que reportan más utilidades que las propias matrices de sus respectivos países de origen, gracias a un paraíso bancario que, aunque no tan grande como quisieran, exprimen hasta el último peso que pueden al usuario.
    Los empleados en ventanilla son pocos porque hay que reducir los gastos fijos al máximo para hacer crecer las ganancias. No importa que el cliente sufra las consecuencias de un mal servicio; el cansancio para realizar un simple trámite que debería implicar una duración máxima de diez a quince minutos y que se extiende de una a dos horas. No importan las quejas porque aunque hay una aparente competencia en la práctica todos operan como un oligopolio en ciertos servicios, aunque en otros cada quien impone las tarifas que más le convienen. Lo mismo se pueden cobrar 16 pesos por retiro de efectivo en cajeros automáticos que más de 30 pesos; una tarjeta de crédito puede tener un CAT, costo anual neto, de hasta 52% que reducirlo a un 26%, pero nadie da más utilidades por ahorrar que un miserable 4% anual, menos impuestos, lo que es casi igual que nada.
    Pero que no haya un retraso en algún pago, digamos de 800 o 900 pesos por el pago de algo tan intrascendente como un seguro de los muchísimos que  le venden con engaños a los clientes, porque inician un asedio telefónico de hasta dos llamadas diarias exigiendo el cobro y, de paso, amenazando con enviar al Buró de Crédito. “Le llamamos de Scotiabank en relación al atraso que tiene en el pago de su tarjeta de crédito; le recordamos que el no pagar puede afectar su imagen crediticia”, insisten de manera impertinente los empleados telefónicos –para eso si hay empleados de sobra, no para proporcionar un buen servicio-, lo mismo en horas de trabajo que a deshoras, incluidos los sábados.
    Esa es la banca “globalizada y moderna” que tenemos gracias a los gobiernos del neoliberalismo, lo mismo priistas que panistas, quienes le abrieron las puertas a monstruos que hoy están fuera de su control real. No importa que la economía crezca a un miserable 1.1 por ciento anual, los bancos están obteniendo utilidades extraordinarias en México de acuerdo a los estándares que imperan hoy en la banca internacional.
    Si usted tiene una micro, pequeña o hasta mediana empresa olvídese del crédito o, si es sumamente perseverante, hay que resignarse a cubrir una montaña de requisitos, a ofrecer un apalancamiento de dos a uno o hasta de tres a uno, y pagar intereses que estarán por encima del 30 por ciento anual. Si llega a atrasarse en los pagos está metido en un serio problema, porque primero será asediado por los departamentos de cobranza y después ira a dar al temido Buró de Crédito, el que está enterado, literalmente, hasta de la cuenta que tiene pendiente en el estanquillo de la esquina.
    Esta es la banca que tenemos y es, por ahora, intocable por los gobiernos, que la han dejado al más salvaje libre mercado es un país como el nuestro, que sigue siendo apenas una economía emergente que hace ya cerca de 20 años tiene índices raquíticos de crecimiento, muy por debajo de varios países de la América Latina. Solo andamos por encima de la pobre Venezuela, sujeta a un desastroso régimen político que si no fuera un desastre sería una comedia barata y bananera.
    Y lo cierto es que nadie va a defender nuestros intereses mientras no lo hagamos nosotros mismos, organizados como sociedad civil.