jueves, 10 de julio de 2014

Editorial Julio

Lo que debe de cambiar
     Estamos en medio de toda una saturación mediática que repite hasta el cansancio la necesidad de
reformas estructurales. Todo lo que va del gobierno de Enrique Peña Nieto se ha ido en vender dichas reformas estructurales como la gran panacea; la solución de todos los grandes problemas del país, pero detrás de todo este ruido reformista hay mucho de teatro y la gran duda de cómo serán aplicadas finalmente todas esas reformas, más las que se le ocurran, porque ahora se habla inclusive de una reforma cultural.
    El país funcionaría bastante bien si el sistema político que tenemos en teoría funcionara. Lo mismo sucedería si los gobiernos desempeñaran eficientemente sus funciones y en general las instituciones sociales cumplieran cada una su quehacer, sin propósito de abuso, de corrupción, de simulaciones y de pretextos.
     El pasado domingo 6 de julio se renovó el Congreso del Estado, al elegirse a sus 16 diputados de mayoría relativa y definirse los otros nueve de representación proporcional. El abstencionismo electoral fue de un 60 por ciento, principalmente como consecuencia del desplome del voto panista, pero además de cierto desaliento en torno al sistema democrático, algo que se ha venido acentuando durante los últimos años. Existe una especie de hartazgo con un sistema que sigue entregado a vicios viejos; que nunca termina de concretar un cambio sustancial que nos instale en un régimen plenamente democrático.
    Reformas de un tipo y de otro; reformas para todo y por todo, pero si en México se diera verdaderamente la división de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, tendríamos un avance extraordinario.
     En penoso decirlo pero al nivel de los 32 estados del país, difícilmente hay uno donde opere una división de poderes ya no digamos plena sino apenas aceptable. Pasan los gobiernos y las décadas y el ejecutivo sigue mandando sobre los congresos locales, no de una manera sutil sino abierta, obvia, lo que naturalmente provoca en el ciudadano común que considere a los diputados como figuras inútiles y decorativas. De hecho, de acuerdo a todos los sondeos de opinión, la figura del diputado es la peor calificada entre todas las del sector público, lo que tiene razones muy bien fundadas.

    Si no cambiamos en lo esencial no tienen sentido tantas reformas “estructurales”, porque además falta que se cumplan en este país de simulaciones.