Por: Daniel
Herrera
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Charlie
Parker nació en Kansas City el 29 de agosto de 1920, su niñez estuvo inmersa en
un mundo de discriminación racial y
aprendió desde pequeño a sobrevivir. Su madre se ocupó poco de él, aunque lo
suficiente para empujarlo en la música al comprarle sus primer saxofón.
Es
extraño que Parker se hiciera músico, sobre todo porque en su familia nadie
tenía habilidades musicales. A los 13 años ya tocaba el saxofón barítono. Un
año después añadió el alto. A los 15 años Parker comenzó a ganar dinero, cuenta
que “tenía que tocar sin interrupción
desde las nueve de la noche hasta las cinco de la mañana. Por lo general
recibíamos un dólar por noche”. Es probable que a esta edad comenzara a
inyectarse heroína.
A
los 17 años Parker se integró a la orquesta de Jay McShann, una orquesta típica
de riffs y blues de Kansas. Sus colegas lo consideraban terriblemente malo,
tal vez por que era terriblemente diferente. Aunque su formación no era
diferente, oía todo el tiempo blues y
los tocaba cada noche con la orquesta.
Con
todo y esta experiencia, su vida era gris. El futuro no se veía brillante,
Kansas City era un lugar aburrido y racista en donde no quería vivir. Tocó con Jay McShann hasta 1941 de forma
estable, aunque con algunas interrupciones, por ejemplo, la ocasión en que paso
22 días en la cárcel por atacar con una navaja a un taxista que le quería
cobrar el viaje.
Harto
de su vida, se fue a Chicago, a vivir en la pobreza: durante tres meses fue
lavaplatos en un restaurante de segunda, la música parecía más lejana que nunca.
Con
frecuencia no tenía instrumento para tocar. A veces los perdía, despertaba
después de sus fiestas heroinómanas o alcohólicas y ya no estaba. En otras
ocasiones, enfurecido en medio de un concierto, lo tiraba al suelo y saltaba
sobre él. También perdió varios empeñándolos, como aquella ocasión en que para
pagar la renta de un caballo y llevar a la que todavía no era su mujer, Chan
Parker, de paseo por la ciudad tuvo que vender el que utilizaría en esa misma
semana.
Pero
nada de esto le importaba, él podía ser igual de brillante con cualquier sax.
Por ejemplo, el concierto más importante
de su vida, en 1953 en el Massey Hall de Toronto junto al trompetista Dizzy
Gilliespie, el pianista Bud Powell, el contrabajista Charles Mingus, y el
baterista Max Roach, lo interpretó con un saxofón de plástico prestado. Una
máquina inferior que convirtió en un ave majestuosa en pleno vuelo.
En
realidad, lo más duro para él fue que los demás músicos no entendieran su
música. Cuando tocó en la banda de Count Basie nadie estaba de acuerdo con su
estilo, tanto que el baterista Jo Jones, enfurecido, arrojó al suelo un
platillo a manera de protesta. Parker salió llorando del lugar. Y es que Bird buscaba algo más que melodías hot. Alguna vez comentó: “Ya no
aguantaba las armonías estereotipadas que cualquiera tocaba entonces. No paraba
de pensar que debía de haber algo diferente. A veces lo podía oír, pero no lo
podía tocar”.
Yardbird comenzó su revisión radical del ritmo y la armonía en
una casa entre las calles 139 y 140 de Manhattan, en diciembre de 1939, cuando
tocaba con el cuarteto del guitarrista Biddy Fleet en la pieza “Cherokee”.
Decía: “Sí, esa noche improvisé durante mucho tiempo sobre ‘Cherokee’. Mientras
lo hacía, me di cuenta de que al utilizar los intervalos superiores de las
armonías como línea melódica, colocando debajo armonías nuevas más o menos
afines, podía tocar de repente aquello que por tanto tiempo había oído dentro
de mí. Me llené de vida”.
En
1941 Parker llegó a Nueva York, ahí se apersonaba casi todas las noches en el Minton's
Playhouse a tocar con los músicos que habían terminado de dar sus conciertos y
quería continuar festejando. Ahí se reencontró con Dizzy Gillespie, a quien ya
había conocido en Kansas City, y se volvieron inseparables. Tocaron juntos en
varias bandas e hicieron su primera grabación en 1944. Parker encontró que el
quinteto era su mejor instrumentación para el bebop.
En
1946 sufrió su primer colapso de importancia: después de una grabación llegó a
su cuarto de hotel, le prendió fuego y salió corriendo desnudo al vestíbulo.
La
heroína lo hundió irremediablemente, no sólo lo dañaba físicamente, sino
también repercutió en su economía. El fondo fue el día que su hija murió
fibrosis quística sin que él pudiera hacer nada porque no tenía dinero para
pagarle a un doctor.
Intentaba
no drogarse, pero en lugar de la heroína consumía alcohol y ni siquiera así
lograba evitar la espantosa realidad en la que se encontraba. Pronto dejó de
luchar, en los últimos días le rogaba a Dizzy que volvieran a tocar juntos. El 12 de marzo de 1955 murió al parecer de un
ataque al corazón, aunque después se le diagnosticó pulmonía. Los médicos que le hicieron la autopsia le
calcularon 53 años, en realidad tenía 34.
Era
un hombre que sufría por los demás pero sobre todo por su música, alguna vez
declaró: “Me alegraría que llamaran aquello que toco simplemente música (...)
La vida siempre ha sido cruel con los músicos, como lo es hoy. He oído decir
que en su lecho de muerte Beethoven cerró su puño contra el mundo porque no lo
entendía. Nadie compendió verdaderamente en los tiempos de Beethoven lo que
éste escribía. Pero eso es música.”