jueves, 10 de julio de 2014

El arte pop o un estado mental político-erótico-místico

Por: Daniel Herrera

A finales de los cincuentas el arte plástico que dominaba a Nueva York y similares era el mal llamado “expresionismo abstracto”, por un lado no era completamente abstracto ni tenía tanta influencia europea como para llamarlo expresionismo, pero nadie pudo conseguirle un mejor nombre. Este estilo respondía a las necesidades de los años cuarentas, a cierto desencanto después de la Segunda Guerra Mundial y a la búsqueda de un idioma propio que varios artistas estadounidenses habían buscado desesperadamente. De esa manera, los nombres de Jackson Pollock, Willem de Kooning, Arshile Gorky, Franz Kline, Robert Motherwell, Ad Reinhard, Mark Rothko entre otros
Habían dictado el orden artístico desde los cuarentas y además se habían alejado del público común y corriente porque este tipo de arte exigía no sólo una preparación previa, sino también una intelectualidad casi académica, estaba rodeado de un halo snob que rechazaba a la gente común y corriente.
Pero esto no podría durar demasiado, durante todo el siglo XX los cambios en el arte fueron radicales y cada movimiento tuvo un periodo muy corto para desarrollarse.
Pronto, tanto en Londres como en Nueva York comenzaría a gestarse el siguiente movimiento artístico que tendría, entre muchas otras razones, la misión de contradecir al “expresionismo abstracto” y acercarse a la cultura de masas, atendiendo principalmente a los medios de comunicación y sus diferentes canales.
El arte pop fue la primera expresión artística que volteaba a ver todo lo que despreciaban los creadores de “alta cultura”: el comic, el cine, la publicidad, la televisión, los productos de la vida diaria, en fin, la cultura de masas. No sólo se nutrían de ella, sino también la retomaban, la procesaban y la devolvían al público. Querían crean un arte en el que la gente común pudiera verse reflejada.
El arte pop no sólo hacía lo anterior, también obligaba al mundo del arte a voltear hacia lo cotidiano pero sin una perspectiva crítica. Los artistas de este grupo, Andy Warhol, Jim Dine,  Richard Hamilton, Keith Haring, David Hockney, Jasper Johns, Allen Jones, Roy Lichtenstein, Claes Oldenburg, James Rosenquist, Tom Wesselmann entre muchos otros, no se oponía ni aprobaban la cultura de masas, simple lo pusieron en el mapa. Así lo afirmaba Lichtenstein, quien pensaba que el arte “desde Cézanne se ha vuelto sumamente romántico…, alimentándose de sí mismo. El mundo está fuera de él. El Pop Art mira hacia el mundo y da la impresión de aceptar lo que lo rodea, lo cual no es bueno ni malo, sino distinto: es otro estado mental”.
Aunque, como en todo, todos estos artistas también tienen opiniones distintas, uno de los que hablan poco pero con mucha claridad es el escultor Claes Oldenburg, muy reconocido por sus esculturas de gigantescas proporciones y también por sus “obras blandas”, objetos que en la vida real son duros pero que él “ablanda”, de esta manera, presenta al público una perspectiva distinta del mundo.
Oldenburg clama por convertir al pop en alta cultura pero sin olvidar que es un arte dirigido al público masivo, por lo menos así se entiende en su manifiesto de 1961 llamado “Estoy a favor de un arte”. Aquí algunos fragmentos:

“Estoy a favor de un arte político-erótico-místico que hace algo más que estar sentado sobre su culo en un museo.
Estoy a favor de un arte que se desarrolla sin tener ni idea de lo que es el arte, un arte al que se le da la oportunidad de partir de cero.
Estoy a favor de un arte que adopta sus formas de la propia vida, que retuerce y extiende y acumula y escupe y gotea, y que es pesado y vulgar y brusco y estúpido como la vida misma. Estoy a favor de un artista que desaparece y vuelve a aparecer envuelto en una capa blanca para hacer pintadas en los pasillos.
Estoy a favor de un arte que sienta la misma sacudida que los viajeros cuando el autobús pasa por un bache.
Estoy a favor del arte que se fuma, como un cigarrillo, que huele, como un par de zapatos.
Estoy a favor del arte que te pones y te quitas como los pantalones, al que se le hacen agujeros como a los calcetines, que se come como un trozo de tarta, o que se abandona con desdén como una mierda.
Estoy a favor del arte lleno de vendas. Estoy a favor de un arte que cojea y se cae y corre y salta.
Estoy a favor del arte al que puedes dar martillazos, pintar, coser, pegar, archivar.
Estoy a favor del arte que te diga la hora, o en donde se encuentra tal o tal calle.
Estoy a favor del arte que ayude a las ancianas a cruzar la calle.
Estoy a favor del arte de las lavadoras.
Estoy a favor del arte de las cosas perdidas o que se han tirado al volver del colegio. Estoy a favor del arte de los árboles con inscripciones y de vacas voladoras y del sonido de los rectángulos y los cuadrados. Estoy a favor del arte de los lápices de colores y  de las frágiles láminas de los lápices, y del lavado granulado y de la pintura aceitosa y pegajosa, y del arte de los limpiaparabrisas y del arte de un dedo apoyado en una ventana fría, en un metal polvoriento o en las burbujas que se forman en los lados de la bañera. Estoy a favor del arte los ositos de peluche y de las pistolas y de los conejos decapitados, paraguas desfondados, camas destrozadas, sillas con sus huesos marrones rotos, árboles ardiendo, tiras de petardos, huesos de pollo, huesos de pichón y cajas con hombres que duermen en su interior.
Estoy a favor de un arte que se pueda peinar que se pueda colgar de cada oreja, que se pone sobre los labios y bajo los ojos, que se depila las piernas, que se cepilla los dientes, que se ajusta a los muslos, que se calza en los pies.”