Por: Daniel Herrera
A finales de los
cincuentas el arte plástico que dominaba a Nueva York y similares era el mal
llamado “expresionismo abstracto”, por un lado no era completamente abstracto
ni tenía tanta influencia europea como para llamarlo expresionismo, pero nadie
pudo conseguirle un mejor nombre. Este estilo respondía a las necesidades de
los años cuarentas, a cierto desencanto después de la Segunda Guerra Mundial y
a la búsqueda de un idioma propio que varios artistas estadounidenses habían
buscado desesperadamente. De esa manera, los nombres de Jackson Pollock, Willem
de Kooning, Arshile Gorky, Franz Kline, Robert Motherwell, Ad Reinhard, Mark
Rothko entre otros
Habían dictado el orden
artístico desde los cuarentas y además se habían alejado del público común y
corriente porque este tipo de arte exigía no sólo una preparación previa, sino
también una intelectualidad casi académica, estaba rodeado de un halo snob que
rechazaba a la gente común y corriente.
Pero esto no podría durar
demasiado, durante todo el siglo XX los cambios en el arte fueron radicales y
cada movimiento tuvo un periodo muy corto para desarrollarse.
Pronto, tanto en Londres
como en Nueva York comenzaría a gestarse el siguiente movimiento artístico que
tendría, entre muchas otras razones, la misión de contradecir al “expresionismo
abstracto” y acercarse a la cultura de masas, atendiendo principalmente a los
medios de comunicación y sus diferentes canales.
El arte pop fue la primera
expresión artística que volteaba a ver todo lo que despreciaban los creadores
de “alta cultura”: el comic, el cine, la publicidad, la televisión, los
productos de la vida diaria, en fin, la cultura de masas. No sólo se nutrían de
ella, sino también la retomaban, la procesaban y la devolvían al público.
Querían crean un arte en el que la gente común pudiera verse reflejada.
El arte pop no sólo hacía
lo anterior, también obligaba al mundo del arte a voltear hacia lo cotidiano
pero sin una perspectiva crítica. Los artistas de este grupo, Andy Warhol, Jim
Dine, Richard Hamilton, Keith Haring,
David Hockney, Jasper Johns, Allen Jones, Roy Lichtenstein, Claes Oldenburg,
James Rosenquist, Tom Wesselmann entre muchos otros, no se oponía ni aprobaban
la cultura de masas, simple lo pusieron en el mapa. Así lo afirmaba
Lichtenstein, quien pensaba que el arte “desde Cézanne se ha vuelto sumamente
romántico…, alimentándose de sí mismo. El mundo está fuera de él. El Pop Art
mira hacia el mundo y da la impresión de aceptar lo que lo rodea, lo cual no es
bueno ni malo, sino distinto: es otro estado mental”.
Oldenburg clama por convertir
al pop en alta cultura pero sin olvidar que es un arte dirigido al público
masivo, por lo menos así se entiende en su manifiesto de 1961 llamado “Estoy a
favor de un arte”. Aquí algunos fragmentos:
“Estoy a favor de un arte
político-erótico-místico que hace algo más que estar sentado sobre su culo en
un museo.
Estoy a favor de un arte
que se desarrolla sin tener ni idea de lo que es el arte, un arte al que se le
da la oportunidad de partir de cero.
Estoy a favor de un arte
que adopta sus formas de la propia vida, que retuerce y extiende y acumula y
escupe y gotea, y que es pesado y vulgar y brusco y estúpido como la vida
misma. Estoy a favor de un artista que desaparece y vuelve a aparecer envuelto
en una capa blanca para hacer pintadas en los pasillos.
Estoy a favor de un arte
que sienta la misma sacudida que los viajeros cuando el autobús pasa por un
bache.
Estoy a favor del arte que
se fuma, como un cigarrillo, que huele, como un par de zapatos.
Estoy a favor del arte que
te pones y te quitas como los pantalones, al que se le hacen agujeros como a
los calcetines, que se come como un trozo de tarta, o que se abandona con
desdén como una mierda.
Estoy a favor del arte
lleno de vendas. Estoy a favor de un arte que cojea y se cae y corre y salta.
Estoy a favor del arte al
que puedes dar martillazos, pintar, coser, pegar, archivar.
Estoy a favor del arte que
te diga la hora, o en donde se encuentra tal o tal calle.
Estoy a favor del arte que
ayude a las ancianas a cruzar la calle.
Estoy a favor del arte de
las lavadoras.
Estoy a favor del arte de
las cosas perdidas o que se han tirado al volver del colegio. Estoy a favor del
arte de los árboles con inscripciones y de vacas voladoras y del sonido de los
rectángulos y los cuadrados. Estoy a favor del arte de los lápices de colores
y de las frágiles láminas de los
lápices, y del lavado granulado y de la pintura aceitosa y pegajosa, y del arte
de los limpiaparabrisas y del arte de un dedo apoyado en una ventana fría, en
un metal polvoriento o en las burbujas que se forman en los lados de la bañera.
Estoy a favor del arte los ositos de peluche y de las pistolas y de los conejos
decapitados, paraguas desfondados, camas destrozadas, sillas con sus huesos
marrones rotos, árboles ardiendo, tiras de petardos, huesos de pollo, huesos de
pichón y cajas con hombres que duermen en su interior.
Estoy a favor de un arte
que se pueda peinar que se pueda colgar de cada oreja, que se pone sobre los
labios y bajo los ojos, que se depila las piernas, que se cepilla los dientes,
que se ajusta a los muslos, que se calza en los pies.”